Reforma Agraria |
El programa de
reforma agraria iniciado en Colombia desde 1961 es cuestionado en sus
resultados por todos los sectores. Desde el gobierno y los terratenientes con
argumentos que van desde el alto costo de la intervención del Estado y los
bajos resultados, hasta lecturas que parten de que este programa introduce
indeseables elementos de inestabilidad a los derechos de propiedad que deberían
estar por fuera de toda discusión para crear condiciones favorables a la
inversión nacional y extranjera.
Estas
posiciones proponen a cambio de la reforma agraria –que ya no sería necesaria-
programas de neoparcería bajo el nombre de “alianzas estratégicas, sociales y
productivas para la paz”.
Por otro lado
van las evaluaciones de los sectores campesinos, indígenas, afrocolombianos,
organizaciones sindicales y cívicas y, en general, las organizaciones sociales
que coinciden con las guerrillas en el sentido de que en Colombia no se ha
hecho reforma agraria sino un programa de colonizaciones para ubicar fuera de
la frontera agrícola (donde no representaran peligro para el latifundio) a los
campesinos desplazados por las violencias políticas mientras se insiste en el
esquema fracasado del conservadurismo
agrario con políticas estatales de desarrollo por la vía del latifundio en
detrimento del apoyo del Estado a la economía campesina y su aporte.
Nuestra lectura
atribuye con base en investigaciones de varias épocas (la más reciente de la
Misión Rural hace dos años) que la
acaparación especulativa y rentística de las tierras (capitalismo burocrático)
ha sido la base y el motor del gamonalismo, la exclusión política, la pobreza y
la violencia terrateniente a la que el campesinado –y los indígenas-
respondieron con la creación de movimientos guerrilleros.
Consideramos
que la falta de una reforma agraria estructural ha sido el caldo de cultivo
para la generación de una cultura de la renta y el dinero fácil que hermana a
terratenientes, multinacionales, banqueros y mafiosos.
Atribuimos a la
falta de la reforma agraria, los cultivos ilegales y el narcotráfico, la
depredación de medio millón de hectáreas de selvas por año, el mal uso de los suelos y la potrerización
de las mejores tierras del país donde pastan algunas vacas, pues son tierras
dedicadas a captar rentas y valorización por proyectos que no son de producción
agropecuarios.
Con la
excepción de los terratenientes, los empresarios y los neoliberales en el gobierno, hay una
suerte de consenso nacional en la vigencia de una reforma agraria integral,
democrática y masiva, que no avanza debido a la composición del Congreso, los
compromisos del Ejecutivo con los latifundistas y últimamente con las multinacionales
que coinciden en señalar que el sector agropecuario ya no es importante, ni la
propiedad de las tierras.
Este planteo
esconde una política de alta movilidad de la población definida y aplicada
desde hace 50 años para “sacar gente ineficiente del campo” con lo que la
consolidación del latifundio y el desplazamiento campesino (por pobreza y
marginalidad o por violencia) pasaron a ser políticas de Estado para dejar el
territorio libre de “gente sobrante” para que las multinacionales y el imperialismo
norteamericano desarrollen sus megaproyectos de inversión y control
geoestratégico.
La reforma
agraria marginal se mantiene así como un simple programa de colonizaciones y
mercado subsidiado de tierras –también fracasado- para la estabilización de áreas de alto conflicto
agrario, por lo que no cuenta con el soporte de una política de desarrollo
rural y protección de la economía campesina, con lo que también el país perdió su seguridad alimentaria (abundante
oferta de alimentos nacionales, producidos
sin químicos, a precios asequibles para
la población)
En los debates
y foros realizados en los últimos dos años en escenarios regionales, nacionales
y en algunos escenarios internacionales se lograron amplios consensos en la
vigencia de la reforma agraria en Colombia para hacer un ordenamiento social y
cultural de la propiedad, que significa redistribuir activos productivos,
establecer áreas para el desarrollo y consolidación de la economía campesina
(que ha demostrado ser más eficiente que los latifundistas), y para el
etnodesarrollo de cerca de 80 grupos indígenas diferentes, proteger ecosistemas
frágiles, reemplazar los cultivos ilegales, reubicación de colonos de áreas
protegidas, definir las áreas de reserva campesina y las reservas de suelos alrededor
de las grandes ciudades y, en general, estimular una cultura productiva, de
respeto y conservación de la naturaleza y la biodiversidad, que impulse el
desarrollo nacional y social.
2-. Desde 1962 y a
31 de dic/99 las ejecutorias del INCORA
son:
Adjudicación de
1´696.800 hás a 101.800 familias campesinas (de 1,5 millones que no la tienen),
titulación de 13´739.056 hás de tierras baldías (de la nación, a razón de 8,1
hás de baldíos tituladas por 1 ha adjudicada, lo que prueba la marginalidad del
proceso), extinción del dominio de 4´713.706 has. (tierra que el INCORA quitó e
ingresó sin costo para el Estado), constitución y ampliación de resguardos para
comunidades indígenas sobre 30´378.314 hás; titulación a comunidades negras
sobre 1´389.359 hás, y un trabajo de promoción de la organización campesina que
fue desmontado hace pocos años.
Siendo Colombia
un país con 114,7 millones de hás de
extensión territorial, el instituto ha actuado sobre 51´917.235 hás sin incluir
la ejecución del año 2000. Como puede observarse, el INCORA fue desviado desde
el Pacto de Chicoral (en 1973 el bipartidismo latifundista decide parar el
proceso y no afectar sus tierras ociosas) para afectar sólo las tierras de la
nación, por lo que no puede ser evaluado como instituto de reforma agraria (a
pesar de su nombre y en sus etapas iniciales haber hecho reforma integral y
construido 17 distritos de riego sobre cerca de 200 mil hás de tierra y
construido obras de infraestructura en muchos sitios del país), sino como instituto de colonizaciones (de
hecho sus ejecutorias se refieren sobre todo a titulación de tierras baldías a
campesinos, indígenas y negros).
Dentro de las limitaciones mayores del proceso están:
la reiterada falta de voluntad política de los gobernantes y legisladores, la
utilización de la reforma agraria como política para la gobernabilidad y
estrategia de contención social y contra insurgencia, pero no como estrategia
de desarrollo; las permanentes estrecheces presupuestales del instituto
agravadas por la práctica legal del mercado de tierras de adquirir tierras bajo
autoavalúo del propietario, la profusa y pro terrateniente legislación agraria,
la falta de integralidad de los programas y la carencia de política de
desarrollo rural, las tasas de usura a los créditos incluidos los destinados a
la producción de alimentos, la apertura económica que quebró miles de
parceleros exitosos hasta 1990, la persecución oficial a las organizaciones
campesinas e indígenas, la participación marginal (sin poder de decisión) de las
comunidades en el proceso, la pérdida de capacidad operativa de la entidad con
reducciones de su planta de personal de 4007 cargos en 1990 a 1459 cargos
actualmente (con amenazas de Minhacienda dejar sólo 400 este año) para golpear
al instituto y su Sindicato bajo la excusa de
reducir gasto público pero atendiendo exigencias de la organización de
terratenientes de extrema derecha SAC que considera al INCORA y sus programas
como innecesarios desde su misma creación, actualmente llaman al INCORA “un
edificio con Sindicato”-; los casos de corrupción en algunas compras de tierras
en el mercado...
El programa de
reforma agraria marginal hasta hace cuatro años fue usado también como señuelo
electoral para llevar al campesinado a votar por el bipartidismo pero sin
asignar a la entidad recursos presupuestales.
Particularmente
ilustrativo al respecto son las cifras del presupuesto
nacional que será para el año entrante de $57 billones de pesos
colombianos: el servicio de la deuda externa representaba en 1995 el 19,1% y
pasa en el 2001 al 40,4% del presupuesto total de la nación; el pago de
intereses de la deuda el año entrante será cinco veces mayor que el presupuesto
total de inversión de la nación. Y de los $57 billones de pesos, para reforma
agraria el gobierno sólo asignará el año entrante la irrisoria suma de $17 mil
millones en inversión y $37 mil millones en funcionamiento (para una planta de
personal de sólo 400 trabajadores en INCORA de los 1459 actuales), es decir que en reforma agraria el gobierno
invertirá el próximo año la miserable, irrisoria suma que no llega al
0,00000009% del presupuesto nacional (¡ nueve centi millonésimas del
presupuesto nacional, aunque suene increíble¡) y así insisten en que “la
reforma agraria resulta muy costosa”.
Cálculos del
Consejo Nacional Campesino establecen que la reforma agraria en Colombia se
haría con sólo $2 billones de pesos si se afectan con extinción del derecho de
dominio los 44 mil kilómetros cuadrados comprados –o arrebatados- por la mafia
para lavar dólares y especular con la valorización de los megaproyectos en los
mejores suelos del país (valles de los ríos Cauca, Magdalena, Sinú, San Jorge,
Zulia, Meta, etc)
Ilustración de Matiz para Prensa Rural
El acto de producir implica la producción de espacio.
Los modos en que se organizan las fuerzas productivas, en que se articulan los
diferentes eslabones quedan allí, plasmados en el territorio. El espacio es
modificado por y para la producción y en forma simultánea modifica la misma, que
no se lleva adelante sobre el vacío sino que sucede en territorios reales que a
lo largo de su historia se han ido configurando y reconfigurando al ritmo de la
articulación del desarrollo desigual de las fuerzas productivas.
El territorio es poder. Frente a las modernas teorías que
pregonan la globalización como un proceso donde el espacio pierde importancia
frente a la virtualización de la realidad, la velocidad de los medios de
comunicación y el desarrollo tecnológico; en la actualidad la lucha por la
apropiación del territorio, de sus recursos naturales, se mantiene en plena
vigencia, con evidencias incontrastables como la invasión a Iraq para apropiarse
del petróleo o el Plan Colombia.
En este contexto la geografía se revaloriza, constituyéndose como
una herramienta fundamental para los análisis territoriales, análisis de las
pujas de poder que luchan en y por el espacio. La geografía desde su inicio ha
estado al servicio de los grupos de poder. Surgió de la mano del Estado moderno
para inventariar y cuantificar los recursos existentes en cada territorio y de
esta forma ponerle fronteras y apropiárselos.
En la actualidad existen numerosas corrientes dentro de esta
ciencia que se han opuesto a esta tradición positivista y que la han criticado
desde los más diversos ángulos. Muchos de nuestros profesores, de los teóricos
de los que aprendimos, constituyen estas filas, y sobre esta base nos hemos
formado.
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